¿Vegano? ¿Qué es eso? La pregunta se repite en cualquier
contexto, y es que son innumerables las ocasiones de nuestro día a día en las
que irrumpe el sufrimiento animal y hace que exprese mi abstención a modo
muchas veces de página de inicio de un libro hablado. Y es que nuestra rutina
se diseña a partir de la cultura y la sociedad de la que somos partícipes, una
cultura que contempla a los animales como recursos al servicio del humano. Es
por ello que para muchxs, y según el respeto que procesen, resulte triste, radical,
estúpido o difícil de creer que alguien sea capaz de cuestionar un estilo de
vida y unas prácticas culturales por los animales, porque también resulta
sorprendente el que alguien hoy día tenga unos principios y sea consecuente con
ellos a pesar de lo que implica. El debate está servido y se prevé una larga
conversación precisamente por la radicalidad con la que soy calificado,
radicalidad que siento como positiva, porque implica el partir de unos valores
y principios que he integrado y son parte de mí, construyéndome y construyendo
a partir de ellos.
Muy distinto es cuando en lugar de integrarlos lo que se hace es tenerlos en cuenta e intentar compatibilizarlos con mi día a día y la comodidad o incomodidad que se derive, buscando excepciones, escusas o límites que no lleven a conflictuarnos con el sacrificio de algunos placeres o caprichos personales. Es precisamente el sentirme en paz conmigo mismo con lo que pienso y conforme actúo que la exposición de mis ideas no cae en un discurso que derrocha agresividad, intención de convencer o prepotencia, algo que he visto varias veces en algunxs compañerxs veganxs y que a mi modo de ver resulta contradictorio si se pretende que la otra persona comprenda el por qué de esa filosofía de vida, prefiriendo hablar desde la calma y el respeto, también porque si bien la responsabilidad del consumo de ciertos productos es del consumidor, no hay que obviar la influencia cultural que hace integremos actitudes, pautas y conductas especistas, siendo pues vulnerables e inocentes ante ellas. Muchas veces la conversación se torna graciosa, ya que los argumentos de quien consume derivados animales basan sus argumentos y enfocan sus energías en hacerme ver que no soy consecuente, surgiéndome una pregunta: ¿qué es preferible, seguir unos principios e intentar ser lo más consecuente posible con ellos o no tenerlos para evitar que otrxs te tachen de hipócrita? ¿Es entonces preferible ser alguien carente de principios que ser alguien tachado de hipócrita?
Muy distinto es cuando en lugar de integrarlos lo que se hace es tenerlos en cuenta e intentar compatibilizarlos con mi día a día y la comodidad o incomodidad que se derive, buscando excepciones, escusas o límites que no lleven a conflictuarnos con el sacrificio de algunos placeres o caprichos personales. Es precisamente el sentirme en paz conmigo mismo con lo que pienso y conforme actúo que la exposición de mis ideas no cae en un discurso que derrocha agresividad, intención de convencer o prepotencia, algo que he visto varias veces en algunxs compañerxs veganxs y que a mi modo de ver resulta contradictorio si se pretende que la otra persona comprenda el por qué de esa filosofía de vida, prefiriendo hablar desde la calma y el respeto, también porque si bien la responsabilidad del consumo de ciertos productos es del consumidor, no hay que obviar la influencia cultural que hace integremos actitudes, pautas y conductas especistas, siendo pues vulnerables e inocentes ante ellas. Muchas veces la conversación se torna graciosa, ya que los argumentos de quien consume derivados animales basan sus argumentos y enfocan sus energías en hacerme ver que no soy consecuente, surgiéndome una pregunta: ¿qué es preferible, seguir unos principios e intentar ser lo más consecuente posible con ellos o no tenerlos para evitar que otrxs te tachen de hipócrita? ¿Es entonces preferible ser alguien carente de principios que ser alguien tachado de hipócrita?

Pero lo trágico no reside en
esto, lo trágico es lo que hay detrás de este tipo de cosas que son tan
insignificantes para nosotros y que en cambio son tan aterradoras para quienes
tienen que sufrir para nuestro disfrute. Se trata de vidas enteras encerradas
en minúsculas jaulas, padeciendo ser tratados como objetos destinados a
investigar el nivel de dolor, irritación, corrosividad, toxicidad, a ser
tratados como juguetes destinados a divertir a otros una hora al día, la única
hora que no estará enjaulado o con una cadena ni sometido al castigo o la
tortura, a ser objeto de burla, humillación, tortura y asesinato todo ello
disfrazado como arte, a pasar una vida inmovilizado para mas tarde ser
descuartizado y degustado, convirtiendo ese olor a cadáver en el aroma del
plato a saborear…
Y es que para que exista ese instante, esos segundos
placenteros para nosotros, en necesario sacrificar o condenar toda una vida.
Unos segundos, por una vida… sin responsabilidad alguna por ello…
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